"Vuelvo junto a Hélène Lagonelle. Está tendida en
un banco y llora porque cree que voy a dejar el pensionado. Me siento en el
banco. Estoy extenuada por la belleza del cuerpo de Hélène Lagonelle tendido
contra el mío. Ese cuerpo sublime, libre bajo el vestido, al alcance de la mano.
Los senos son como jamás los he visto. Nunca los he tocado. Hélène Lagonelle es
impúdica, no se da cuenta, se pasea completamente desnuda por los dormitorios.
Entre las cosas más bellas creadas por Dios, está el cuerpo de Hélène Lagonelle,
incomparable, ese equilibrio entre la estatura y la manera en que el cuerpo
sostiene los senos, fuera de él, como algo aparte. Nada más extraordinario que
esa redondez exterior de los senos sostenidos, esa exterioridad dirigida hacia
las manos. Incluso el cuerpo de pequeño culí de mi hermano se eclipsaba frente a
ese esplendor. Los cuerpos masculinos tienen formas avaras, recluidas. Tampoco
se echan a perder como las de Hélène Lagonelle que quizá sólo duren un verano,
calculando largo, nada más. Hélène Lagonelle (...) Llora contra mi cuerpo, y
acaricio sus cabellos, sus manos, le digo que me quedaré con ella en el
pensionado. Ignora que Hélène Lagonelle es hermosa (...) es mucho más hermosa
que yo, que la del sombrero de clown, calzada de lamé...
El cuerpo de Hélène Lagonelle es torpe, aún
inocente, qué dulzura la de su piel, como la de ciertos frutos, está a punto de
no ser percibida, un poco ilusoria, es demasiado. Hélène Lagonelle inspira
deseos de matarla, incita al maravilloso sueño de matarla con sus propias manos.
Lleva sus formas de flor de harina sin ninguna sabiduría, las exhibe para que
sean amasadas por las manos, para que la boca las coma, sin retenerlas, sin
conocerlas, sin conocer tampoco su fabuloso poder. Me gustaría comer los senos
de Hélène Lagonelle como él come mis senos en la habitación de la ciudad china
donde cada tarde voy a profundizar en el conocimiento de Dios. Ser devorada por
esos senos de flor de harina que son los suyos.
Mi deseo de Hélène Lagonelle me extenúa. Mi deseo
me extenúa.
Quiero llevarme a Hélène Lagonelle, allí donde
cada tarde, con los ojos entrecerrados, me hago dar el placer que hace gritar.
Me gustaría entregar Hélène Lagonelle con ese hombre que hace eso encima de mí
para que, a su vez, lo haga encima de ella. En mi presencia, que ella lo haga
según mis deseos, que se entregue allí donde yo me entrego. El rodeo del cuerpo
de Hélène Lagonelle, la travesía de su cuerpo, es el medio por el que alcanzaría
el placer de él, entonces definitivo.
Para morirse.
La veo como participando de la misma carne que
ese hombre de Cholen pero en un presente irradiante, solar, inocente, en una
eclosión repetida de sí misma, en cada gesto, en cada lágrima, en cada uno de
sus fallos, en cada una de sus ignorancias. Hélène Lagonelle, ella es le mujer
de este siervo que me proporciona el goce tan abstracto, tan intenso, ese hombre
sombrío de Cholen, de China. Hélène Lagonelle es de China.
No he olvidado a Hélène Lagonelle. No he olvidado
a ese siervo. Cuando me marché, cuando le dejé, estuve dos años sin acercarme a
ningún hombre. Pero esa misteriosa fidelidad debía de ser a mí misma."
Fragmento de "El Amante" de Marguerite
Duras.
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